El término “samovar” viene de dos palabras rusas: samo, que significa “por sí mismo”; y varit, que significa “hervir”. Básicamente se trata de una caldera que cuenta con un tubo central en el que se aloja el combustible con el que se mantiene la bebida a una temperatura constante y caliente.
Los primeros samovares aparecieron en los Urales en la segunda mitad del siglo XVIII. El invento ganó popularidad muy rápido por ser muy fácil de manejar. En el siglo XIX, la ciudad de Tula llegó a ser un símbolo de la producción de samovares, «una capital del samovar». Anualmente se producían allí más de 100 000 de estos utensilios.
Tras investigar los procesos que se dan en el samovar clásico, los científicos afirman hoy que es un mecanismo ideal para calentar el agua y que al mismo tiempo la suaviza y filtra. Se dice que el té obtenido con un samovar resulta más intenso y ofrece distintos matices de sabores.
El samovar siempre ha ocupado el mejor lugar de la casa y ha presidido la mesa en las grandes celebraciones, incluso se le llama ‘amigo de la familia’ o ‘general de la mesa’. En Rusia es común la expresión “sentarse junto al samovar” que equivale a tener una charla relajada y en buena compañía.